sábado, 28 de noviembre de 2009

La Cara oculta de la Iglesia

Ensayo de “El nombre de la Rosa” de Humberto Eco.

En el pasado, el pensar en el mundo eclesiástico nos refiere de inmediato a las bondades que los hombres más apegados a Dios pueden tener dentro y fuera de sus corazones; antes se pensaba “seguramente él está más cerca del cielo que yo”, pero posiblemente esos pensamientos estaban basados en la imagen que la misma iglesia predicaba sobre ella y no en la que realmente se vivía dentro de dicho ambiente.

Ahora en la actualidad, los medios de comunicación nos han ofrecido un panorama diferente, sabemos ya, que la iglesia no solo está conformada por hombres de buena fe, sino también por gente que solo tiene como fin llenar un poco más sus bolsillos de dinero e incluso tener oportunidad de ejercer la pederastia.

La diferencia en que antes se pensara de una forma y ahora de otra, radica en la apertura y la información que se tiene en cada tiempo, pues hablamos de que hoy tenemos cualquier información al alcance de un clic y antes solo había unos cuantos libros que justamente la iglesia se encargaba de tener en cautiverio para poder controlar al pueblo.

Justo de estas situaciones nos habla “El nombre de la Rosa” de Humberto Eco, desnudando las oscuras actividades que se desarrollaban dentro de una abadía del siglo XIV. La novela está narrada por Adso de Melk, que es el discípulo de Guillermo de Baskerville y juntos, llegan a una abadía donde, se dice el demonio está asesinando a algunos benedictinos.

Uno de los grandes crímenes, si así se le puede llamar, que la comunidad eclesiástica cometió en la época de la Santa Inquisición fue cerrar las puertas de la literatura al pueblo e incluso a otros personajes religiosos, y en la novela podemos ubicarlo en este fragmento donde el Abad recibe a Fray Guillermo para que investigue los asesinatos; cuando Guillermo pide conocer la biblioteca, Abad responde “He dicho que podréis moveros por toda la abadía. Aunque, sin duda, no por el último piso de la biblioteca”[1]

Otro fragmento que deja clara esta idea es el siguiente “Porque no todas las verdades son para todos los oídos ni todas las mentiras pueden ser reconocidas como tales por cualquier alma piadosa”prosigue “por último los monjes están en el scriptorium para realizar cierto tipo de tareas, que requieren cierto tipo de lecturas y no de otras”[2].

Sin duda, los citados fragmentos hacen gala del fuerte celo con el que autoridades de la iglesia guardaban algún tipo de información, que a lo largo de la novela, nos relata Eco, no son solo libros religiosos, sino también libros que hablan sobre biología, anatomía, e incluso la obra más importante en la trama, Poética, de Aristóteles, que habla sobre comedia. Pero ¿cómo hacía la iglesia para que nadie sospechara? Todo se hacía en el nombre de alguna entidad de la cual no se tienen pruebas físicas, ya sea Dios o el Demonio, incluso en los asesinatos de la novela, se presumía que el autor el mismo Satanás.

Sin embargo, la comunidad religiosa de esa época, no solo tiene ese defecto de negar el conocimiento a todos, pues, en la novela, quedan de manifiesto algunas situaciones sexuales, donde los monjes muestran deseos incluso por algunos de los mismos habitantes de la abadía (obviamente hablamos solo de hombres). Cómo muestra, este fragmento donde Ubertino, un personaje importante en la comunidad toca de una manera extraña a Adso “el anciano me había acariciado una mejilla, con una mano calida, casi ardiente”[3], pudiendo tomar esta expresión cómo una metáfora sexual.

En otro fragmento, Eco explica una relación más clara entre dos personajes de la abadía, el ayudante de biblioteca Berengario y Adelmo, la primera victima de los múltiples asesinatos “En seguida divisamos el rostro de Berengario. Pálido, contraído, reluciente de sudor. El día anterior habíamos oído en dos ocasiones rumores sobre él y las relaciones especiales que mantenía con Adelmo”[4] Posteriormente en la misma novela pone de manifiesto que si se habla de relaciones íntimas.

Obviamente la homosexualidad vista en nuestros tiempos no es una situación para alarmarse, pero en tiempos de la inquisición, estas conductas sexuales eran fuertemente perseguidas por la iglesia, castigadas con la muerte, y es sumamente contradictorio, que dentro de las abadías se hallen casos de estas preferencias.

A estas alturas del ensayo y entendiendo el tema que se toca, me permito hacer una aclaración. En los pasados párrafos critico las posturas sexuales dentro de la abadía, sin embargo, no tengo a bien ver mal la situación más sexual de la novela, cuando Adso tiene relaciones con una muchacha; y no la critico porque sea un acto heterosexual, sino que creo en que Adso aún tenía inocencia y ese encuentro solo fue circunstancial, sin premeditar el placer.[5] Habiendo aclarado eso, describo la última falta de la comunidad de aquella abadía de la que nos habla Eco y es la referida al asesinato. En nuestros tiempos, al estudiar algo sobre la Santa Inquisición, es inevitable sentir repudio por aquellas torturas que la sociedad de europea de la época sufría por parte de la iglesia. Sin embargo, en esos tiempos, estas prácticas eran muy comunes e impunes, pues la comunidad eclesiástica tenía el control social[6].

La cuestión, es que en la novela, e incluso ese es el tema principal, alguien de la misma abadía, es quien asesina a sus compañeros, faltando a una de las máximas que tiene la iglesia “No matarás”.

Esta situación se da durante toda la novela, pues en combinación con la primera crítica que hago en este ensayo, la censura, Jorge el bibliotecario de la abadía, había sido el artífice de todos los asesinatos que se habían pensado como obras del demonio o en cuyo caso suicidio.

La mezcla entre censura y asesinato se descubre prácticamente al final, cuando en el devenir de la novela, nos damos cuenta de que el libro de Poética de Aristóteles estaba impregnado de veneno, encrucijada que descifra Guillermo, cuando logran llegar a los lugares más secretos de la biblioteca y Jorge intenta que él se envenene como lo hicieron las pasadas víctimas “Tu no lo ves, pero yo llevo guantes, con este estorbo en las manos no puedo separar un folio de otro, tendría que quitármelos y humedecerme los dedos en la lengua como lo hice esta mañana en el scriptorium”[7], párrafo que aclara la suspicacia de Guillermo y el fin del misterio. Y es así, como Humberto Eco, pone de manifiesto que dentro de la iglesia, según su visión, no todo era obediencia y amor a Dios, sino también, se trataba de una comunidad de hombres que faltaban a los mandamientos y a lo que ellos mismos predicaban.Si se quisiese ampliar más estas visiones, cabria estudiar todas las acciones que la comunidad eclesiástica tuvo en la época del oscurantismo para tener el control sobre toda la ignorante y analfabeta población.

Miguel Alejandro Rivera, estudiante FES-Aragón-UNAM


[1] Eco, Humberto “Nombre de la Rosa, El” Segunda edición México 1993 ed. Patria Pp. 46-47

[2] Ibíd. pp. 50

[3] Ibíd... pp. 68

[4] Ibíd... pp. 137

[5] Ibíd... pp. 298-306

[6] Época del oscurantismo siglo V al XV aprox. Los autores se encuentran en disyuntiva, pues muchos dicen que se extendió hasta el siglo XVII pero ya con muy poca fuerza.

[7] Ibíd... pp. 567

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